San Pablo escribe: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz?» (Flp 2,6-8).
La tercera caída parece manifestar precisamente esto: El despojo, la kenosis del Hijo de Dios, la humillación bajo la cruz: Jesús había dicho a los discípulos que había venido no para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20,28).
En el Cenáculo, inclinándose en tierra y lavándoles los pies, parece como si hubiera querido habituarlos a esta humillación suya.
Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la cruz, de nuevo proclama a gritos su misterio. ¡Escuchemos su voz! Este condenado, en tierra, bajo el peso de la cruz, ya en las cercanías del lugar del suplicio, nos dice:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).
«El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).
Que no nos asuste la vista de un condenado que cae a tierra extenuado bajo la cruz.
Esta manifestación externa de la muerte, que ya se acerca, esconde en sí misma la luz de la vida.
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